Aterrizaje en La Habana: Primeras Impresiones

By Connected Horizons

¡Llegamos a Cuba! El viaje hasta aquí ha sido largo, muy largo. Salimos en avión desde el aeropuerto Barajas de Madrid el 3 de octubre e hicimos escala en México. Pasamos una larga noche en el Aeropuerto Internacional Benito Juárez en la T2 esperando el vuelo hasta La Habana… y “dormimos” como pudimos. Hay partes de la terminal que todavía están restringidas por el terremoto que sacudió Ciudad de México hace muy poco, así que el espacio y los servicios son escasos. Además, en esta terminal hay muy pocas sillas; tuvimos que intentar acomodarnos en el suelo, en un rincón cerca de nuestra aerolínea Aeroméxico para embarcar nuestras mochilas cuanto antes (mínimo 6 horas antes del vuelo, así que lo hicimos a las 4 de la madrugada de México porque nuestro vuelo salía a las 10 de la mañana). En fin, mucha paciencia y una larga espera, pero valió la pena por el precio que pagamos. Como buenos backpackers con presupuesto ajustado, ¡tenemos mucho más tiempo que dinero en nuestras mochilas!

Y ya estamos aquí, en la pequeña terminal de La Habana. Compartimos un taxi con dos chicas italianas que acabamos de conocer y vamos juntos al centro por 10 CUC. Cansados, sudados y con nuestra mochila-casa a cuestas, recorremos las calles del centro de la ciudad buscando nuestra casa particular. La primera impresión que tenemos es poco agradable a causa del extremo calor y los numerosos ofrecimientos de taxi/casa/tour/restaurante/etc. ¡Sólo queremos llegar a la habitación y dejar nuestras mochilas, ducharnos y salir a explorar! “¿Calle Rayo num. 2?”, vamos repitiendo a todos los que se nos acercan, aunque nos propongan ir en taxi o alquilar una habitación. La casa está un poco alejada de donde nos ha dejado el taxi compartido -nos ha dejado en un punto más cercano al hotel de las italianas que a nuestra casa particular-, pero conseguimos llegar. Subimos tres pisos de un edificio de principios del siglo pasado, con un agujero atravesándolo entero por el centro, muy cubano, muy auténtico. En la puerta, nos está esperando el simpático Eduardo y su entrañable abuela. Aquí pasaremos la primera noche de nuestra aventura.

Es cierto lo que dicen: en La Habana hay muchísimos coches antiguos americanos (Chevrolets de los años 50), hay casas de colores brillantes, hay caos, hay guaguas, hay este acento cubano tan diveltido mamá, hay música en cada esquina de la Habana Vieja, hay tantísima admiración por el Che, hay personas de mil colores y millones de sonrisas distintas. Durante el resto de la tarde que nos queda aquí, caminamos en dirección a la estación de buses para comprar dos boletos para ir mañana a Viñales. Durante nuestra calurosa caminata -¡qué grande y polvorienta es esta ciudad!- nos perdemos por las calles de un barrio apartado, tranquilo y humilde. Los hombres nos preguntan de dónde somos, hacia dónde vamos. Las niñas juegan y nos sonríen. Adolescentes se echan carreras de atletismo en medio de la calle. Nosotros observamos, sonreímos, sacamos fotos y vídeos.

Llegamos a la gran Plaza de la Revolución y allí nos damos cuenta de lo mucho que hemos caminado, de lo cansados que estamos y de lo mucho que nos queda aún hasta la estación. Pero gracias a este cansancio conocemos a Mavy, la conductora de coco-taxi más estupenda de La Habana. Una mujer enérgica, llena de luz, pero en ese momento cansada; ha empezado el día a las 5am, como cada día, en busca de caminantes cansados como nosotros. Y ahora, a las 7 de la tarde, decidimos proseguir la marcha en su coco amarillo; por 20 CUC nos lleva a la estación, se espera a que compremos los billetes de autobús y luego nos hace un recorrido por el Malecón hasta que anochece. Las olas del mar salpican la calle del Malecón con violencia y nos humedece la cara. “¡Volveréis a casa salaítos salaítos!”, nos dice Mavy. “¡Pero esto no es nada! Cuando pasó el huracán Irma hace un par de semanas, todo esto estaba inundado. Hoy es el primer día que se puede pasar por estas calles sin tener ningún problema”. Los cañones de hierro de una estatua están esparcidos varios metros más allá, los negocios a primera fila de mar están destrozados y en proceso de reconstrucción, todavía hay arena en las aceras… ¡De la que nos hemos librado!

Mavy no ha salido nunca de Cuba. La invitaron una vez a Estados Unidos pero no puede obtener un visado. Y para ir a países con más posibilidades de entrar como Panamá, tiene que demostrar que posee mucho dinero. Y no puede porque no lo tiene, como la mayoría de los cubanos. Es muy difícil ganarse la vida aquí, pero ella sonríe, hace bromas, nos explica lo que vamos viendo desde su coco-taxi y nos cuenta historias de delfines y tiburones. Después de este complaciente trayecto y de la interesante conversación, Mavy nos deja delante de un bufé donde nos ponemos las botas por 10 CUC antes de volver a nuestra casa particular. Mañana la genial coco-taxista nos pasará a buscar otra vez y nos llevará de nuevo a la estación de bus, esta vez cargados con nuestras backpacks para irnos a nuestro próximo destino. Puede que cuando volvamos a La Habana, en unos veinte días más, nos volvamos a encontrar.


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